00:21 h. miércoles, 01 de mayo de 2024

Juan Delibes fue el encargado del pregón na Festa da Troita da Pontenova

trueiro.com  |  18 de mayo de 2015 (14:04 h.)
Juan Delibes fue el encargado de dar el pregón na Festa da Troita da Pontenova

Juan Delibes fue el encargado de dar el pregón na Festa da Troita da Pontenova.

Sr, Alcalde, señoras y señores, muy buenas tardes.

Estar aquí con vosotros en este clima cordial, truchero, y con este olor a humedad propio de las  tierras norteñas que tanto me gustan, no puede evitar, sin embargo,  que recuerde con cierta nostalgia la expedición de pesca más triste de mi vida, que realicé con mi padre por estos lares. Corría el año 1974 y acababa de fallecer, muy joven, mi madre, en una operación quirúrgica sencilla y con un desenlace inesperado. Para todos fue un mazazo brutal, pero mi padre, que alguna vez llamó a su mujer “Angeles, el equilibrio, mi equilibrio”, sencillamente no lo pudo superar jamás. Mi padre no rehizo nunca su vida ni sentimental ni emocionalmente, y arrastró su pena durante los siguientes cuarenta años. La responsabilidad de tener hijos pequeños le hizo dedicarse a nosotros, a veces con más pena que gloria. Yo tenía 18 años, mi hermano Adolfo 14 y me hermana Camino 12. Nos organizó nada más terminar el curso una aparentemente apetecible excursión de una semana por Galicia, conociendo algunas de las zonas más atractivas. Además de dormir en hoteles bonitos y paradores, teníamos tres o cuatro cotos de pesca concertados. Uno de ellos era en uno de los lotes de Puentenuevo, que así se llamaba por entonces A Pontenova. Pocos días antes, recuerdo que pescamos el río Umia, donde saqué el primer reo de mi vida, absolutamente plateado. Nos rompieron el aparejo un reo a mi padre y otro a mí. Alguien le contó la peregrina, o ingeniosa, quién sabe, teoría de que los reos poseen una especie de tijera en la comisura de los labios, con la que te parten el hilo con suma facilidad. A partir de entonces la “tijera” del reo protagonizó algunos artículos de pesca de mi padre. Lo cierto es que la excursión pareció más un velatorio que otra cosa. Mi padre no podía superar la congoja que le atenazaba y de algún modo nos lo transmitió a sus acompañantes.

De cualquier modo yo tenía tal afición a la pesca que cuando me hallaba en la orilla del río, armado con mi caña, me olvidaba de todo y la euforia alcanzaba extremos insospechados. Pescamos una tarde y una mañana en A Pontenova. Recuerdo que yo comencé con un sol de justicia del día más cálido de agosto, a las 4 de la tarde. Estaba lanzando mi cañita con aparejo de moscas y buldó en un pozo profundo y tan sólo se veía la actividad juguetona de algunos pequeños esguines, a los que provocaba bailando la mosca saltona. En un momento dado dejé de prestar atención al buldó que se hallaba parado encima de un profundo pozo de color azul. Cuando volví a mirar casi me da un infarto. Un pez de tamaño descomunal estaba parado exactamente debajo del aparejo de moscas, prácticamente en plena superficie. Tensé poco a poco el hilo recogiendo una vuelta con el carrete para certificar lo que estaba presintiendo: El salmón se había comido ya mi mosca saltona sin que me hubiese percatado de ello. Cuando el hilo estuvo tenso, la reacción del salmonazo al sentirse clavado fue violentísima y se dirigió como un torpedo hacia el fondo. A pesar de mis 18 años, por entonces yo era un consumado pescador desde hacía tiempo, ya que había acompañado asiduamente a mi padre desde que tenía 10 años. Sin embargo mi gran asignatura pendiente fueron durante años los peces grandes. Los clavaba con frecuencia en aquella  España pródiga en truchas, sin embargo los ardores juveniles provocaban que no los supiese trabajar con serenidad y tiento, perdiendo la mayoría de los que enganchaba. El salmón de A Pontenova no fue una excepción y partió el aparejo rápidamente en varios pedazos. Era un pez grande, de los que antaño desmerecíamos como “salmones de verano” y que pesaban entre 5 y 6 kilos.

Recuerdo que sacamos algunas truchas bonitas al sereno, pero sobre todo que madrugué yo sólo al día siguiente e hice una pescata memorable de truchas grandes en el Eo a buldó. Mi padre por entonces era un pescador cuadriculado y para él había axiomas que no podía traspasar ningún pescador: Un día soleado, por ejemplo,  es una jornada condenada al fracaso, hay que ir siempre en jornadas nubosas o mejor lluviosas. En verano solo se puede pescar a mosca exclusivamente al anochecer, y a comienzos de temporada nada más que a mediodía. Por esa razón no madrugó y el hecho de que yo le sorprendiese con una extraordinaria cesta provocó  que por un momento sus dogmas se tambaleasen.  

Lo cierto es que hoy estoy muy feliz de hallarme de nuevo en A Pontenova, donde he vuelto alguna vez más armado con mi caña de mosca. Me satisface particularmente estar en una región donde la pesca de la trucha es una religión, y, sobre todo, donde sus habitantes se enorgullecen de ello y tratan de enseñárnoslo a los que venimos de fuera. Llevo la friolera de 30 años trabajando en los medios de comunicación de caza y de pesca y además he tenido el privilegio de viajar por numerosos países del mundo conociendo verdaderos paraísos pesqueros y lo que suponen para las sociedades y pueblos donde se hallan enclavados. La pesca deportiva o recreativa es un recurso turístico de primer orden, a pesar de que la mayor parte de las administraciones autónomas de las que dependen parecen ignorarlo. Por mi profesión de periodista me han invitado a pescar a muchos países del mundo para luego dar a conocer lo que he visto en mi medio de comunicación, y tratar de ése modo de atraer el interés de turistas pescadores de España. Sin embargo esas iniciativas, frecuentes en otros países, no son comunes aquí porque la mayor parte de las administraciones sólo se dedican a expedir de mala gana licencias y permisos de pesca. De vez en cuando algunos ayuntamientos valientes como el de A Pontenova trabajan para dar a conocer sus recursos, en éste caso una atractivísima oferta de pesca, naturaleza, gastronomía. He visto estas iniciativas de manera escasa y puntual en varios puntos de España, y me emocionan. Espero poderlas apoyar siempre con todas mis fuerzas. Además de un evento veterano como éste recuerdo jornadas de pesca en la Rioja para periodistas especializados durante años. Las jornadas más recientes que se celebran en Cornellana con la apertura de pesca del salmón. También recuerdo la inauguración de un coto truchero municipal en un pueblo de Jaén. Estuvimos tratando de ayudarles a llevar turistas con ése reclamo, pero cuando nos dimos cuenta de que para sacarse la licencia de pesca de Andalucía es necesario hacer un exámen, que se convoca de ciento en viento,  concluimos que el trabajar para fomentar el turismo de pesca en esa región es un sinsentido.

Creo que debemos prestar especial atención a la protagonista de esta fiesta: La troita o trucha fario. Al igual que nuestras perdices rojas las troitas se hallan gravemente amenazadas por un sinnúmero de factores, todos ellos relacionados con los tiempos modernos. Nuestros ojos no nos permiten ver muchas veces el grado de contaminación que tienen nuestros ríos. Pero seguro que los buenos pescadores se han fijado desde hace muchos años que las eclosiones de efémeras, tricopteros y otros insectos de los que se alimenta la trucha han descendido alarmantemente, llegando a veces a desparecer. Los ingleses están muy preocupados pero no porque en sus ríos haya menos truchas, sino porque las grandes eclosiones de insectos acuáticos que se veían hace décadas ya no existen. Nos ocurre exactamente lo mismo. La proliferación de ganado y de purines, la construcción de carreteras y otras obras públicas… gran parte de los vertidos terminan en el nivel freático y las consecuencias son mayores que las que a simple vista se puedan prever. La desaparición de los insectos acuáticos es una muestra de ello. El uso a veces abusivo del agua en un país árido como España es otro hándicap grave;  la construcción casi obsesiva de grandes embalses… todo ello ha dado lugar a una disminución evidente de las poblaciones de pintonas. Los pescadores no somos responsables de ésta merma, pero sí debemos ser conscientes de que ya no se puede pensar en sacar y matar troitas como antaño. Es necesario protegerlas. Si después de todos los problemas que tienen no las ayudamos las truchas y salmones se acabarán, y con ellas un tesoro naturalístico y cultural que no podremos legar a nuestros nietos. Soy optimista en cuanto a que creo que los pescadores vamos a ser los primeros en estar en la vanguardia de la protección de truchas y salmones. Aún hay lugares, como en Asturias, donde se compite para ver quién saca más salmones, amparados en una cultura errónea y una normativa obsoleta. Esas actitudes deben terminar antes de que sea demasiado tarde y las truchas y salmones deben encontrar en los pescadores a los principales aliados para su conservación.

Quiero felicitar a los organizadores de A Festa da Troita esta edición que va camino de alcanzar el medio siglo. Creo que son nada menos que 37 años organizando éste evento de exaltación truchera. Dar las gracias de corazón por haberme concedido la trucha de oro. Puedo decir con orgullo que desde los 10 años pesco truchas sistemáticamente, con una enorme afición que no se ha resentido… y ya no soy un niño. Sinceramente, y peco de inmodestia, no creo que haya muchos que lleven los años que yo llevo enamorado de las pintonas y conociéndolas por toda España y el mundo. Enhorabuena a los promotores de este evento y larga vida a la troita y por tanto a la Festa de la troita de A Pontenova. Queridos amigos ha llegado el momento de pescar de bailar… y divertirse.

Juan Delibes.

 

Hemeroteca