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La guerra del cormorán

Fernando Cobo  |  26 de febrero de 2014 (16:27 h.)
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En los últimos treinta años, se ha producido un aumento de las poblaciones continentales de cormorán grande (Phalacrocorax carbo) de tal magnitud que ahora la especie es más abundante y su área se ha ampliado tanto que supera todo lo registrado desde hace, como mínimo, 150 años.

En los últimos treinta años, se ha producido un aumento de las poblaciones continentales de cormorán grande (Phalacrocorax carbo) de tal magnitud que ahora la especie es más abundante y su área se ha ampliado tanto que supera todo lo registrado desde hace, como mínimo, 150 años. Como el cormorán es un ave ictiófaga oportunista, es decir, que no tiene preferencia por ninguna especie de pez en concreto y además es migratoria parcial y realiza movimientos de dispersión más o menos extensos tras la temporada de reproducción, este incremento poblacional ha originando conflictos sociales y socioeconómicos en toda Europa. En realidad el debate no es exclusivo de Europa, pues diferentes áreas del mundo tienen problemas similares con cormoranes, aunque la especie particular de cormorán sea diferente.

El 4 de diciembre de 2008, haciéndose eco de las preocupaciones de los diversos sectores sociales y económicos afectados, referentes a la conservación de las aves por un lado, y por otro a la sostenibilidad de los recursos pesqueros tanto para la explotación comercial y recreativa como para el desarrollo de la acuicultura, el Parlamento Europeo adoptó una Resolución (P6_TA (2008) 0583) encaminada a la creación de un plan europeo coordinado de gestión de las poblaciones de cormoranes y pidió a la Comisión que considerase todos los medios legales a su alcance para reducir los efectos negativos del cormorán sobre la pesca y la acuicultura. Sin embargo, la Comisión Europea consideró que tal plan no sería una medida adecuada para hacer frente a este problema a escala de la UE, con el argumento de que el problema de los cormoranes es de escala regional. De este modo, los Estados miembros, o sus autonomías o regiones, son responsables de la aprobación de medidas locales o regionales para contener los perjuicios causados por los cormoranes. Esto surge, en parte, porque no hay consenso entre los Estados miembros sobre el tipo de acción a tomar, o sobre la necesidad o la viabilidad de un plan de gestión a escala paneuropea. La Comisión, sin embargo, está garantizando, con diferentes iniciativas, la obtención de datos científicos objetivos y actualizados en relación con las poblaciones de los cormoranes en la UE y su impacto en la pesca y hacerlos disponibles a las partes interesadas. Además ha impulsado la elaboración de un documento de orientación sobre el artículo 9 de la Directiva Aves (borrador presentado a discusión pública en septiembre de 2011), abordando temas como la consideración del concepto de “daño grave”, que indique las acciones que serían aceptables y compatibles con esa Directiva.

En el proceso de conciliación de conflictos, y para tomar decisiones de gestión eficaces, son imprescindibles estimaciones fiables de la intensidad y de las características de la depredación por parte de los cormoranes, y la comprensión del funcionamiento del ecosistema. En este sentido enerva la simplicidad con que, desde la ignorancia, se aborda el problema de las interacciones ecológicas entre los cormoranes, los peces y los pescadores. La limitación de espacio no me permite entrar en detalles ni aportar siquiera un breve resumen del ingente volumen de datos que suministra la bibliografía especializada, pero si quiero en estas líneas resaltar algunos aspectos del problema que generalmente se minusvaloran cuando se trata de analizar el conflicto.

En los últimos años las publicaciones científicas se han multiplicado exponencialmente aportando cierta luz entre oscuras creencias y prejuicios, a veces interesados (aunque no malintencionados), de muchos de los colectivos implicados. Se conocen relativamente bien la tendencia y distribución de la población de cría e invernada de cormoranes en Europa y hay estudios abundantes sobre la selectividad de la depredación y los efectos a nivel de la población según las distribuciones de tallas y clases de edad de las presas, otros se centran en las especies más importantes en la dieta o en las diferencias estacionales en la selectividad, incluso en el efecto de las heridas producidas en ataques fallidos de las aves o en los niveles plasmáticos de sustancias indicadoras de estrés en los peces sometidos a depredación. Pero lo más interesante, y donde debemos centrar nuestra atención para tener una idea cierta de la realidad, son las causas que han conducido a esta situación para saber donde hay que actuar para solucionar el problema.

El crecimiento logarítmico es debido a varios factores entre los cuales el relajamiento de la persecución humana como consecuencia de las medidas de protección legal no tendría mayores consecuencias (como no ha tenido para otras especies) si no fuese porque otras decisiones de gestión, que en principio no tendrían una relación directa, han actuado de manera determinante. El núcleo del conflicto se centra en la capacidad de adaptación de los cormoranes que habitan rápidamente nuevas áreas y pueden explotar nuevos recursos alimentarios. En efecto, a los cormoranes le hemos ofrecido, y les estamos ofreciendo, una gran cantidad de lugares para la formación de nuevas colonias en forma de embalses de todo tipo y tamaño, magníficos biotopos para su alimentación y refugio en los que existe un alto suministro de alimento y donde la posibilidad de la captura “en equipo” de presas tiene un mayor rendimiento. Pero además, la inmensa mayoría de nuestros embalses están eutrofizados, es decir cargados de nutrientes aportados por actividades humanas que contaminan las aguas y que, como consecuencia, permiten un aumento brutal del crecimiento del fitoplancton, de manera que la visibilidad de los peces está limitada, como está limitada, de esa forma su capacidad de huida. De entre el maremágnum de cifras sobre la cantidad de alimento ingerido por los cormoranes, las más altas se dan indefectiblemente en embalses.

Por otro lado, la suelta masiva de peces para repoblación tiene graves consecuencias ecológicas indirectas, pero una de las más llamativas es el efecto llamada que se produce para las especies ictiófagas oportunistas de gran movilidad como el cormorán. Estos peces suponen un refuerzo alimentario que eleva la tasa de supervivencia del cormorán y probablemente esté contribuyendo significativamente a consolidar el asentamiento de poblaciones invernantes y de colonias estables de estas aves al garantizarles unos recursos tróficos abundantes y fáciles de obtener. Contribuyen a este fenómeno las pérdidas de refugio y de protección frente a depredadores que suponen los dragados, las canalizaciones y las “limpiezas de cauces” mal orientadas y a destiempo a las que desgraciadamente nos empiezan a tener acostumbrados.

Esta especie se ha convertido en un modelo paradigmático de la interacción hombre-naturaleza, en un símbolo de los conflictos ecológicos provocados por una nefasta política de gestión medioambiental. Mas que un importante problema, el aumento poblacional el cormorán grande es el efecto del problema; de un problema muy gordo que por mucho que se insista parece que no se llega a comprenderse del todo, es uno de los efectos de la inconsciente, irreflexiva, irresponsable, atrevida y atolondrada política de gestión, ayuna de las adecuadas premisas ecológicas en sus planteamientos y en manos de intereses alejados de la conservación de la riqueza natural de los ecosistemas acuáticos.

Fernando Cobo.

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